Quizá había pasado demasiado tiempo
pensando en las tonterías que me cargaban por la noche, y sus estrellas que
parecen luces de cigarros flotando en la atmósfera pesada solo la volvían un
enemigo que esperas con ansiedad y con esmero para continuar la batalla de
resistencia llamada ironía; la soledad es cada vez más grande y su compañía es
cada día la razón de ir a la cama pensando en cómo será el momento de morir;
pero ahora no importa cómo será, sino el cuándo. Es por eso que decir en
palabras escritas el sentimiento de vivir, es ajeno a mi persona, como ajeno
sería hablar de moral con una rata o un conejo.
Después de correr la sala de cuatro metros
por cinco en repetidas ocasiones me había percatado que eran las tres y media de
la madrugada, ese mismo día escuché por medio de un conocido medio electrónico
que somos víctimas de la evolución, qué diablos es la evolución, muchas veces
nos podríamos poner a pensar en un intimidante capricho de Dios al mandarnos
conciencia o al crearnos de barro y un soplo divino, pero la mente existe aquí
y ahora, en este papel, en esta cabeza que reproduce cada palabra que escribo
en un estado alterado como lo haces ahora; así me torturaba el intelecto por
aquello de las tres con cincuenta minutos de la mañana.
No hacía mucho que tuve, en la noche del
día anterior mí último contacto humano, una corta plática por medio de mensajes
escritos en un dispositivo al que los hombres modernos llaman teléfono
inteligente, el cual es capaz de comunicar a través de un lenguaje conocido por
el ser humano a sus homólogos una idea, un pensamiento de baja o alta
vibración. Aquella plática fue muy corta, apenas un intercambio de fríos
saludos y despedidas, una de aquellas pláticas que anhelas con alguien pero que
cuando empiezan no sabes si está terminando, las palabras no fluyen en ese
momento, solo los signos que reproduce el mecanismo complejo del dispositivo
electrónico, como si nos separara de la realidad tangible y nos
teletransportara a un mundo de realidad virtual, ajeno a nuestros sentidos
físicos, enajenados en un pequeño proyector a colores vívidos que interactúan
con nosotros mientras le invertimos el tiempo que deberíamos ocupar en cosas
más virtuosas como lo es el vivir mismo o el morir, eso es, la telecomunicación
se ha vuelto nuestra otra realidad, nuestra vida y nuestra muerte cada día,
esto es lo que mi cabeza llena de conceptos técnicos acarreados del trabajo
hace con mis dedos para dar impulso a escribir, son las cuatro de la mañana.
Consecuente a la madrugada en su momento
más oscuro viene un término que me gusta llamar transición, es una hora muerta,
donde la noche y la madrugada se juntan, se hacen una. Culpable soy de mis
acciones y culpable soy ahora de mi escritura insensata, una que desata mi locura
mientras carcajeo completamente alcoholizado, peleando con mis fallos
musculares para concentrar las piernas en una posición incómoda que me permita
estar sentado en el sofá para encorvar mi espalda y escribir a botonazos este
escrito, los cigarros ya casi se agotan, el humo se ha apoderado de toda la
casa, con esos cuatro por cinco, todo huele a mierda, es un olor parecido al de
un cadáver, un olor fétido que puedo jurar que se percibe desde la casa más
lejana de la pequeña unidad habitacional en que vivo. Miserable es mi
escritura, carente de coherencia e incapaz de escribir con lógica o secuencia
aquellas porquerías que salen de mi cabeza, son las cuatro con ocho minutos.
Quizá el próximo párrafo sea más grato, tal vez me detenga ahora y comience mañana
como a las tres de la mañana, y pueda asegurarme que aún respiro, que aún vivo,
que aún ansío esa comunicación cortante pero humana, interacción no digital que
puede que necesite, puede que espere, pero que no me atrevo a decirlo porque
temo que decir lo frágil que soy solo provocaría más dolor que el que estoy
soportando, quizá es por el alcohol, quizá porque no he dormido durante cuatro
días, pero sea lo que sea, solo sé que lo necesito, y que no sé cuántas noches
más pueda aguantar antes de caer desmayado de fatiga, convulsionado de ironía o
borracho de tanto ahogar mi propia y miserable humanidad en la copa de vidrio
que ya se encuentra manchada de licor seco y viejo, pero que es lo único que
endulza mi asqueado paladar, voy a parar ahora, necesito una copa más.
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