sábado, 16 de noviembre de 2013

Mi infancia y la fábula de mi tortuga.

En mis recorridos a píe, que con frecuencia hago por la periferia de mi municipio, me ha impresionado la cantidad de personas que veo a diario en situación similar a la mía, caminan y conducen sus vehículos, ajenos unos a otros; sólo de conocerse es que se dirigen la mirada y un saludo.


La lejanía de los hombres y mujeres con sus iguales en la calle se ha tornado violenta y repetitiva, se cumple una función determinada en el horario laboral y se remiten a su domicilio, donde la mayoría pasa sus horas de reposo y preparación en privado, alejado de los demás, se dirigen a dormir algunos otros, mientras que la gran mayoría, comienza a la hora de llegar a su casa con una serie de tareas tan agotadoras como lo fueran sus labores en el trabajo.

La sociedad mexicana dista mucho de ser un comercial de detergentes, un programa matutino, un show nocturno o una telenovela. La realidad nos hace perceptibles al dolor, al sufrimiento, a las carencias y a todo aquello que la televisión y las novelas pop nos han dicho que es la vida.


La educación que recibí en mis primeros años, es un recuerdo tan hermoso como enriquecedor, alejada de la televisión y acompañada de los juegos tempranos que me devoraban las horas, unas a otras pasaban en la sala de la casa, en un cuarto del hogar o en el patio de los vecinos, así crecí, acompañado de valiosas amistades y de mis hermanos que corrían por la calle y armaban una cancha de cualquier deporte, teníamos un polideportivo, tan concurrido qué, llegar a casa de la escuela y las clases era sinónimo de introducirse a un mundo paralelo, donde la comunidad era de niños que se gobernaban a sí mismos, sin imposiciones, castigos u ofensas, bueno, lo intentábamos.


Las tardes lluviosas eran los únicos enemigos del gimnasio a cielo abierto, que por común acuerdo se convertían en las tardes de descanso, cada quien pasaba ese día en su casa, ideando que invento podía presentar a sus colegas de la calle el día siguiente y la aceptación del mismo. 


Era de terracería la calle, con piedras puntiagudas que sobresalían, debido a la poca erosión del suelo, ya que los autos eran los únicos que recorrían repetidamente la propiedad comunal; así se volvió un habito el área de juegos, una constante en un municipio que ya saludaba de años al denominado progreso, con aceras y concretos hidráulicos, parecidas a las de las grandes ciudades que ya no tienen espacio para los juegos de las sociedades utópicas de los infantes que sueñan y corren en una desolada avenida sin pavimentar y con un solo faro que prende a las seis de la tarde.


Los años pasaron y la niñez se esfumó, los amigos de la calle se han vuelto matemáticos, ingenieros, abogados y doctores, otros con menos ansias de estudio llevan un oficio o el negocio familiar, así pasaron los años que nos mostraron que convivir unos con otros era posible y más aún, necesario para solucionar los problemas que nos parecían imposibles de resolver, pero como dije, los años pasan, y las tecnologías y culturas ajenas nos invadieron sin darnos tiempo de reaccionar; hoy somos victimas, seres humanos que al llegar a su casa encienden su televisor, su ordenador y todo el tiempo tenemos en la mano un teléfono móvil que funge como apéndice a nuestro cuerpo, sin el cual, probablemente moriríamos, claro, soy irónico. 


Últimamente me he detenido a pensar en la vida que llevo, sé, que no es para nada sencillo acotar los antes mencionados artilugios, pero de vez en cuando hago que se me olvida el teléfono móvil, que se me va la luz y salgo a mirar la calle con sus habitantes distraídos de la humanidad y el dolor, enajenados en sus prótesis tecnológicas y evitando el contacto con otro ser. Ahí es cuando regreso a mi casa, saludo a mi familia, acaricio a mi Argos y alimento a mis tortugas, por cierto una se llama tierra, y cuando se siente estresada se guarda en el interior de su caparazón, que es algo así como una caja que sierra con dos tapas, figurando su plastrón como un par de bisagras; así me imagino a cada uno de nosotros, encerrados en nuestro caparazón de ideas y prejuicios, que al mínimo peligro recurrimos a escondernos en nosotros mismos buscando refugio a lo desconocido, que es de una u otra forma el amor.


"Tierra" Fotografía propia.


Para concluir cito a un amigo, que me dijo algo así: "El hombre ya no mira el cielo, ya no es espiritual, parece que prefiere estar con la mirada al piso para ver si encuentra un tostón que buscar a dios." 

sábado, 9 de noviembre de 2013

¿Qué nos está pasando?

Hace unos días un amigo decía, no tenemos nada tan seguro como la muerte, y así es, hoy es noticia en México y en muchos otros lugares el suicidio anunciado por una joven oriunda del estado de Veracruz, la cual, con su deceso anunciado a través de la red social de mayor uso en el país, dio a conocer sus planes de agotar con su existencia y a modo de nota suicida, una publicación en su "muro".


Me sería agobiante y repetitivo reproducir el texto, porque no solo eso es lo que me ha llamado la atención, lo que mayormente lo hizo fue la forma en que ha sido tomada la noticia por los usuarios de las mencionadas "redes sociales", que se han volcado al punto más cínico y no miran con análisis la inmolación de un ser, han dejado de tomar consideraciones a sus congéneres y tornan a la satírica reproducción de fotografías post mortem modificadas y editadas a tono de burla o humillación.


La muerte nos ha dejado de impresionar. Por crudo que parezca, nos hemos convertido en una sociedad a prueba de sentimientos buenos; aquellos que nos lleven a una ética de fines son tabú. A la par de la creciente voracidad de los cibernautas que se mofan de la acción cometida por una joven que ha dejado de vivir, me invade la gran interrogante, ¿Qué harán cuando ella haya pasado de moda, de quién se burlarán, dónde desahogarán sus vituperios y su odio, su llamada sátira social y despreciable sarcasmo "hipster"?, son muchas cuestiones para una sola interrogante, pero no dejan de estar vinculadas al mórbido suceso. 


Hace no mucho, en las mismas "redes sociales" se denunció el caso de un hombre de mediana edad que "subía" material con contenido violento, el cual mostraba a una jauría entrenada para pelear, incluso un par de esos animales destrozando a un pequeño gato vivo; el hecho causó conmoción y una inmediata indignación, porque un hombre practicaba violencia contra los animales, y aunque las imágenes eran muy duras y pese que no mostraban daño a un ser humano, una gran cantidad de cibernautas se unieron para dar con el sujeto y demandar justicia a las autoridades. El hecho fue difundido en Televisión y en prensa, se volvió un fenómeno mediático, pero pasados los días fue abandonado el tema y pasó al olvido del público; ¿Se imaginan que hubiera existido un reclamo similar e indignación contra el siniestro que se practicó la joven veracruzana?, ¿Se imaginan que en lugar de montar textos a la fotografía de su cuerpo sin vida se hubiera demandado actuar contra quien dañó moralmente a su familia?, ¿Qué se reclamara a las autoridades a tomar medidas preventivas al suicidio en la población más propensa a cometer dicho acto?, pero, lamentablemente, no ha pasado nada así.


En la región de Teziutlán, Puebla, que es donde estoy escribiendo esta entrada, me topé hace no más de dos semanas con un volante de una conocida agrupación religiosa, que invitaba a reflexionar con respecto a la creciente tasa de suicidios cometidos en el estado, y señalaba como primer lugar, según ellos, a Teziutlán.


"Sabías qué?... ¿Teziutlánse ha convertido en el primer lugar en SUICIDIOS en el estado? ¿Y así quieres seguir celebrando a la muerte?" Sic.
 Imagen tomada de internet.


Cosa que no menos que dejarme atónito por su falta de información estadística, manejo de una fuente consultada o un estudio propio para hacer esa interrogante, que quiere dar a entender de alguna forma, que así esta pasando, cosa que no es para negar, porque efectivamente a incrementado el número de decesos vinculados con la misma causa.


Ésto, me da indicios de que el suicidio se ha convertido en un referente para lograr un cometido para quienes ven un nicho de oportunidad en él, desde los violentos inquilinos de las plataformas tecnológicas, hasta grupos religiosos.


El suicidio nos ha rebasado, nuestra cultura es afectada por factores externos que la han mellado con grotescas manifestaciones poco intelectuales y filosóficas, encausadas más al dolor, al extravío y al aumento de la bilis; debido a que en estos días no sé qué nos pasa, ¿Podría ser que ha llegado el momento en que no ser humano nos hace mejores seres humanos?.